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Foto del escritorAnita León Tapia

Soledad…vieja amiga.

Hoy quisiera compartir con ustedes algunas ideas respecto a la soledad.  En el transcurso de los años durante el ejercicio profesional y la experiencia docente, me he encontrado con varias personas que viven la soledad. En principio es difícil entenderlo, cuando están rodeadas de sus familiares, de sus compañeros de trabajo, de sus compañeros de estudios, de la gente que vive en una ciudad capital, con tantas personas alrededor ¿es posible sentir la soledad?


Pues sí, esa es la respuesta que estas personas me han dado, no importa estar rodeado de gente y de cosas, eso no garantiza que no sienta soledad; tampoco el hecho de que se puedan establecer relaciones con las personas y las cosas que lo rodean, pues a pesar de eso, la persona se sigue sintiendo sola. Entonces comienzo a entender que la soledad no tiene que ver con compañía, con la presencia o ausencia de otros, tampoco con el nivel de afecto o profundidad de las relaciones que se establecen con los otros; la soledad más que un estado es un sentimiento, una sensación quizá.  Las personas la describen como un vacío interior, una sensación de estar sin estar, de no encajar ni pertenecer a ningún lugar. Una sensación de alienación, donde el mundo y la vida sigue y la persona está como suspendida en ese espacio siendo sin saber ser.


Viviendo así la soledad se puede volver un espacio completamente angustiante, molesto e incómodo, del que es necesario escapar o procurar evitarlo; entonces las personas entran en una espiral compleja porque para evitar estas sensaciones se inmiscuyen en relaciones que no les complacen, que les resultan irrelevantes, que son la compensación que se dan para no tener que vivir ese espacio de soledad incómoda y, entre estas relaciones surgen también las parejas amorosas, para tener compañía en la soledad, tal vez incluso para los dos miembros de la pareja es gratificante tener con quien compartir la soledad y hacerla más llevadera.  Lamentablemente, más temprano que tarde, todas estas relaciones acaban con su funcionalidad, pues la soledad, esa sensación de vacío interior se hace cada vez más grande y ocupa más espacio en la vida de las personas.


En terapia hemos logrado ver que mientras más procura huir la persona de su soledad, más se entrega a relaciones que la afectan y esa afectación aumenta su sensación de soledad y así sucesivamente generan un profundo dolor personal.  Aunque pareciera paradójico, las personas que se han animado a vivir de verdad su soledad logran darle un sentido y deja de ser un espacio molesto convirtiéndose en un espacio de crecimiento y refugio personal.  Claro, esto no es tan sencillo como suena, pues primero la persona se da cuenta del tipo de relaciones en las que está inmiscuida en su diario vivir y comienza a cuestionarse si en verdad quiere estar en ese lugar y con esas personas; si realmente quiere hacer lo que está haciendo, si le gusta tener los compromisos que tiene, etc. Entonces comienza a hacer una diferenciación entre lo que es una respuesta para salir al paso de las demandas del medio o de su soledad y, lo que realmente es parte de sus deseos y gustos personales, sus verdaderos proyectos, sueños, anhelos. Y se enfrenta entonces a otro momento importante, “si no me gusta el grupo en el que estoy, entonces tengo que dejarlo, pero si dejo el grupo que me acoge, estaré más sola todavía”.


Y la verdad es que si, el precio que hay que pagar para poder enfrentar a esa sensación

desagradable de soledad es justamente quedarse solo o sola. Eso no significa aislarse en el fondo de una cueva en la montaña más alejada de la civilización, porque al final la soledad física no es posible, pues siempre estamos interactuando con alguien o con algo; estamos hablando de la soledad como sensación, como esta capacidad de estar con uno mismo, sin incomodidad, sin miedo a lo que puedo descubrir, sin necesidad de huir para hundirme en las relaciones que el medio me ofrece.


Cuando la persona deja de poner en primer lugar lo que los otros piensan o sienten o dicen sobre ella, se enfrenta a sí misma; qué es lo que ella dice, piensa y siente sobre sí misma y esa construcción se hace en soledad, ahí es cuando ese espacio interior se llena de ilusión, de descubrimientos, de retomar sueños escondidos o abandonados, de fuerza interior y la soledad ya no incomoda, se vuelve entonces el refugio para encontrarse con su esencia, con su autenticidad, con quien es en verdad. Y con todo este conocimiento y esta fuerza, la persona renovada puede abrirse a las relaciones con una forma diferente de ver y de verse, con más cosas para dar y dispuesta a recibir y aceptar al otro también desde su humanidad.


La soledad entonces si bien es una falacia físicamente hablando, es un estado y una sensación personal que permite el crecimiento de cada ser humano, adentrarse a la soledad personal es un camino interesante para encontrarse con uno mismo y darle un nuevo sentido a quienes somos. 


Bienvenida soledad, vieja amiga.


Gracias por leerme, nos volveremos a encontrar.


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