“Matarse, ¿no es disponer de su cuerpo (o de su vida) como de algo que se tiene, como de una cosa? ¿No es admitir, implícitamente, que uno se pertenece?” Gabriel Marcel
La pregunta no es fácil, ya que aunque disponer de la propia vida, como dice el filósofo existencial Gabriel Marcel, es admitir que uno se pertenece, también es cierto que vivimos en un mundo relacional y nuestra vida también pertenece de cierta manera a aquellos que nos quieren. Por el mismo motivo, cuando tenemos cerca alguien con el riesgo del suicidio, lo queremos evitar. Lo primero que hacemos cuando queremos aprender sobre el suicidio, son datos precisos: estadísticas, por qué se suicidan, quiénes corren riesgo, si es planeado, etc. Nos interesa saber tales datos porque queremos evitarlo y para ello nos hemos convertido en vigilantes, buscamos señales de un posible suicida, si creemos encontrarlos le escondemos todos los objetos peligrosos y procuramos no dejarlo solo. Buscamos evitarlo a toda costa. Hoy les invito a tener una reflexión sobre esta estrategia y su posible resultado.
En el caso específico de los jóvenes, por ejemplo, hay dos situaciones de riesgo, donde la prohibición y vigilancia no han tenido precisamente el éxito deseado. El primero de ellos es el sexo, que durante muchos años ha sido considerado riesgoso para los jóvenes. Por diversas razones que van desde lo religioso y moral, hasta lo médico, la manera de abordar esta situación fue prohibiéndolo y evitándolo; durante muchos años, en consecuencia, se volvió tema tabú, los jóvenes desinformados lo probaron y, al disfrutarlo, desecharon el mensaje de prohibición, sin comprenden por qué algo que estaba tan bueno, era prohibido. El resultado de la evitación al tema, prohibición y vigilancia, ha sido que los jóvenes tienen sexo escondiéndose de sus vigilantes. Llevó largo tiempo a padres y cuidadores, darse cuenta que era una mejor estrategia dialogar sobre el sexo y sus riesgos, invitando a los jóvenes a reflexionar y ser responsables de sus actos. El segundo ejemplo son las drogas, que por diversas razones desde lo moral hasta lo médico, son consideradas peligrosas para los jóvenes. El asunto de las drogas se trató de manera parecida, se evitó el tema, con ello la información, y se prohibió; si acaso un mensaje simplista diciendo que las drogas mataban. El resultado fue parecido, se volvió tema tabú y durante muchos años los jóvenes han estado sin información al respecto, en alguna fiesta lo prueban, lo disfrutan, y desechan el mensaje de prohibición. Igual que con el sexo, no comprenden por qué algo que está tan bueno, es prohibido; concluyen que sus padres se espantan porque no saben, y se drogan escondiéndose de ellos.
Pareciera que la prohibición de los adultos a las situaciones de riesgo de los jóvenes es algo común, y que no siempre genera los mejores resultados. Los cuidadores se llenan de miedo ante el peligro, por este miedo evitan el tema hasta volverse tabú, no hay información y se prohíbe. Si lo único que queremos es prevenir el suicidio a toda costa siguiendo la misma estrategia, puede que no consigamos bajar las cifras, y generemos más tensión y sufrimiento en los involucrados. Por un lado, los padres se mantienen vigilantes, buscando en sus hijos algún signo que muestre que puede tener rasgos suicidas; esto no los hace precisamente acercarse a ellos, conocerlos, cuidarlos, o darse cuenta de sus situaciones de riesgo, incluso quizá los aleje sin haber siquiera un peligro real. Por otro lado cuando la amenaza es evidente después de un intento suicida, los psicólogos o psiquiatras mandan que se escondan todos los objetos peligrosos, la casa se convierte en un espacio con cuchillos escondidos y medicinas bajo llave, afectando a todos los integrantes de la familia. Los padres deberán estar atentos todo el tiempo a su hijo en peligro, y algunas madres pierden su propia vida, pues no pueden dejarlo sólo ni un minuto. Esto puede incluso empeorar el estado emocional en los miembros de la familia, y si el individuo llegara a escapar y cometer el acto suicida, los padres estarán condenados a ser culpables de su descuido y los psicólogos o psiquiatras de la desatención.
No es mi intención afirmar que sexo, drogas y suicidio representan el mismo riesgo. Sin embargo, salvando las diferencias, deseo reflexionar respecto a las estrategias que, como sociedad, elegimos ante las situaciones de riesgo de nuestros jóvenes.
Los filósofos existenciales abordan, de una u otra manera, la reflexión de la existencia humana, así como la forma de estar existiendo de manera particular y única. Desde esta perspectiva, la existencia del ser humano es libre y responsable de sus elecciones a lo largo de su vida, y cada persona lo experimenta de manera particular y única. En mi experiencia, a raíz de estos procesos reflexivos, las elecciones se toman de forma más consciente, generando en la persona una apropiación de su existencia y una sensación de que la vida es más ligera; esto disminuye a su vez la sensación de ser una víctima de las circunstancias, y le lleva a experimentar que su vida mejora y está en sus manos. Lo anterior es aún mejor si se hace acompañado y con retroalimentación constante. Para la terapia existencial, si yo vigilo y prohíbo un suicidio, sin haber comprendido antes la existencia particular de ese ser, lo estaría dejando sólo en vez de acompañarlo, resultando contraproducente. Y si en lugar de prohibir, acompaño a la persona intentando comprenderle, para que después busquemos juntos distintas posibilidades, no sólo le ayudaré a ver más opciones que el suicidio, sino que experimentará un auténtico encuentro interpersonal, que ya de por sí, podría estar generando una mejor existencia para alguien. En el diálogo hacia el intento de comprender la experiencia del consultante, se amplía la conciencia no sólo de este, sino también del terapeuta o acompañante, y después de una mayor comprensión, juntos podemos analizar diversas posibilidades de su situación en relación con el mundo, los otros y él mismo. En este intento yo me muestro disponible y le acompaño, no está solo al recibir esta información, hemos generado un ambiente de cuidado y soporte.
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